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El inventor español que pasó de la pobreza a codearse en Nueva York con Edison y Tesla
Cuando
Mónico Sánchez puso pie en Nueva York en 1904, a los 23 años, sólo
sabía comunicarse en inglés escrito. Nunca lo había escuchado ni lo
había hablado, pero había aprendido a leerlo y a escribirlo gracias a un
curso de electricidad por correspondencia que había seguido desde
Madrid con una academia inglesa.
“En aquella época, en España, era
muy raro encontrar a alguien con quien practicar inglés”, bromea Isabel
Estébanez Sánchez, nieta de Mónico Sánchez. Así que durante los
primeros días en América, Mónico tenía que escribir lo que quería decir
porque no sabía cómo pronunciarlo.
A sus 63 años, Isabel ha
contado más de una vez la historia de su abuelo, un hombre notable que
supera el tópico del “hecho a sí mismo”. Nacido en un pequeño pueblo de
Ciudad Real, Mónico se convirtió a base de un empeño cabezota y
totalmente contra corriente en un inventor prolífico, en un empresario
de éxito y en un hijo pródigo que regresó a su lugar de origen para
llevar desarrollo y empleo a sus vecinos.
De Pierdrabuena a Madrid para estudiar electricidad
Mónico
Sánchez nació en 1880 en Piedrabuena, Ciudad Real, en lo más profundo
de una España rural en la que había pocas salidas más allá de trabajar
en el campo. Su madre era lavandera y su padre se dedicaba a fabricar
tejas. En aquel momento, el 75% de los habitantes de su pueblo natal
eran analfabetos.
Sánchez recibió la educación que la escuela de
su pueblo podía otorgarle, y muy pronto empezó a trabajar, primero de
recadero en Piedrabuena y poco después como aprendiz en un comercio de
Fuente el Fresno, un pueblo cercano. A menudo caminaba descalzo para no
desgastar sus zapatos. Con ayuda de su anterior jefe, cuando rondaba los
20 años abrió su propia tienda, que regentó durante poco tiempo antes
de venderlo todo y marcharse a Madrid. Su maestro de escuela, don
Ruperto Villaverde, le animó a que siguiera estudiando, y la capital era
el sitio para hacerlo.
No
sabía inglés, ¿cómo iba a saber? Pero aprendió poco a poco, no sabemos
muy bien cómo. Simplemente fue siguiendo el curso y sacándolo con muy
buenas notas.
Porque lo que Mónico Sánchez quería ser,
sobre todo, era ingeniero eléctrico, algo que en aquella época era
imposible, recuerda su nieta, sin tener una educación reglada, de la que
él carecía. Además, cuando llegó a Madrid en 1901, la Escuela de
Ingenieros Industriales estaba cerrada a causa de las huelgas
estudiantiles.
Así que se apuntó a un curso de electrotecnia por
correspondencia de una academia británica, el Electrical Engineer
Institute of Correspondence. “No sabía inglés, ¿cómo iba a saber? Pero
aprendió poco a poco, no sabemos muy bien cómo. Simplemente fue
siguiendo el curso y sacándolo con muy buenas notas”. El ingeniero que
impartía el curso quedó tan impresionado con sus resultados que, igual
que su primer maestro, le animó a seguir adelante y le recomendó para un
puesto en una compañía estadounidense.
A estudiar a Nueva York con 60 dolares en el bolsillo
Así
que el joven Mónico se fue a hacer las Américas a los 23 años con 60
dólares que había podido reunir y unos conocimientos de inglés reducidos
a la expresión escrita y al campo de la ingeniería eléctrica. Ante las
autoridades de inmigración escribió que el propósito de su viaje era "to study" (para estudiar), tal y como recoge Juan Pablo Rozas, de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Una
vez allí, su constancia se mezcló con la suerte y el éxito no tardó en
llegar. Se matriculó en un centro de formación profesional y también
realizó un curso de unos meses en la Universidad de Columbia. En 1907,
por fin, consigue su ansiado título de ingeniero. Poco después entra a
trabajar como ingeniero en la Van Houten and Ten Broeck Company, una
empresa dedicada a la instalación de aparatos eléctricos en hospitales
diseñados para la atención médica.
Era
el momento en el que Edison y Tesla proponían sus modelos contrapuestos
de distribución de la energía eléctrica: la corriente continua el
primero y la alterna el segundo. Sus polémicas se desarrollaban en
público, con intercambios de artículos y cartas en los periódicos, con
una feroz guerra de patentes y con espectáculos dantescos como el de
Edison electrocutando a una elefanta, como recordaba el físico y
biógrafo oficioso de Mónico Sánchez, Manuel Lozano Leyva, en una entrevista a Materia.
Un aparato de rayos X portátil
Durante
su época en la Van Houten, Mónico desarrolló uno de los inventos que le
reportó más fama e ingresos: una máquina de rayos X portátil. Todas las
que existían hasta el momento pesaban casi media tonelada y eran
tremendamente aparatosas. Él consiguió producir una que apenas pesaba
diez kilos y cabía en una maleta.
Nuestro
inventor aprovechó un fenómeno físico: que el hierro necesario para
hacer un transformador es mucho menor si en lugar de usar 50Hz, utiliza
7Mhz
Los rayos X habían sido descubiertos un par de
décadas antes, en 1875, por el físico alemán Wilhelm Röntgen y se
empleaban en muchos hospitales, pero para generarlos era necesario un
generador de alta tensión con una pesada fuente de alimentación.
"Nuestro inventor aprovechó un fenómeno físico: que el hierro necesario
para hacer un transformador es mucho menor si en lugar de usar 50Hz,
utiliza 7Mhz", explica Rozas. El peso se reducía tanto que el aparato
podía transportarse con relativa facilidad en un par de maletas.
El
ejército francés se interesó por el invento y compró unas 60 unidades
para sus ambulancias de campaña. Durante la I Guerra Mundial, el inventó
de Mónico se utilizó en hospitales de campaña, ayudando a diagnosticar y
salvar la vida de decenas de soldados. Pero el uso de su invento no se
limitaba a los rayos X, sino que se podía aplicar, según sus propias
palabras "a cualquier sistema de alumbrado, ya sea de continua o de
alterna, y puede, debido a su simplicidad, ser efectivamente manejado
por un operador sin preparación. Los resultados alcanzados sólo son
comparables con aparatos de alta frecuencia de mucho mayor peso, costo y
complejidad".
El ingeniero Frederick Collins, que quería
construir los primeros aparatos de telefonía sin cables, se fijó en
Mónico, y le fichó como ingeniero jefe de la Collins Wireless Telephone
Company, ofreciéndole medio millón de dólares por su invento, con la
idea de comercializarlo desde su compañía. En la Feria de la
Electricidad de 1909, el stand de la Collins, donde el español
fue retratado, era contiguo al de la General Electric de Edison y al de
la Westinghouse de Tesla.
Tres
años después, en 1912, regresó a España. “Él siempre quiso volver a
España y aprovechar aquí todo lo que había aprendido”, asegura su
nieta. Así que, después de alguna visita, con ocasión de ferias
internacionales para tantear el posible éxito de sus ideas, hizo las
maletas y volvió definitivamente a su pueblo, Piedrabuena, con la
intención de construir una fábrica de tecnología puntera en la época.
Fabricaba,
cuenta su nieta, aparatos electrónicos, “sobre todo para uso médico y
para gabinetes de física”. Pero la construcción de la planta, de 3.500
metros cuadrados, no fue nada fácil, ya que en el pueblo por aquella
época no había ni siquiera agua corriente, y mucho menos electricidad.
Fue gracias a Mónico y su fábrica que se construyeron sistemas de
distribución de agua y que la energía eléctrica sirvió a sus vecinos.
Planeó también la creación de una escuela de lectroterapia, para la
formación de médicos en estas nuevas técnicas, pero nunca llegó a
materializarse.
Además, recuerda Isabel, llevó mucho trabajo al
pueblo. En su fábrica trabajaron tanto hombres como mujeres, estas en
tareas más secundarias aunque también cualificadas. Algunos
profesionales, como los vidrieros especializados para fabricar muchos de
los tubos, tuvo que contratarlos en Alemania. “Te puedes imaginar que
no era nada habitual en un pueblo de Castilla por entonces. Tuvo que
construir su propia central eléctrica para dar servicio a la fábrica y
al pueblo”.
Los reconocimientos no tardaron en llegar y en 1914
recibió la Medalla de Oro de Ciudad Real, y en 1929 la Medalla de la
Exposición Internacional de Barcelona "por los interesantes aparatos
electromédicos y electrofísicos que ha presentado".
Su
laboratorio funcionó durante varias décadas, pero la Guerra Civil y la
posguerra fueron apagándole a él y a su trabajo. Durante el conflicto
fue perseguido primero por combatientes del bando republicano, que
incautaron su laboratorio y hasta su casa. Un día vinieron a buscarle y,
al no encontrarle, se llevaron a su ayudante, Juan Mota, al que no se
volvió a ver con vida. Después fueron los falangistas los que le
acosaron, acusándole del asesinato de Mota. "Los pudientes lo odiaban
por haberse enriquecido y los pobres por ser rico, cosas de la guerra
(in)civil", lamenta Rozas.
La inestabilidad política y sobre todo
el aislamiento internacional y los problemas para importar material y
repuestos para su laboratorio dejaron su actividad en mínimos. Además,
él mismo envejeció y sin un heredero para su empresa (su hijo había
muerto años antes cuando aún era joven), fue perdiendo fuelle poco a
poco.
Isabel
cuenta que su madre, la única de los seis hijos de Mónico que le
sobrevivió, trabajó durante mucho tiempo con su abuelo, pero nunca se
planteó que ella fuese su heredera.
“Él era un hombre moderno, la
animaba a que estudiase y ella se encargó de muchas tareas
administrativas de la fábrica. Pero eran otros tiempos y no se contempló
que una mujer se pusiese al frente de la empresa”.
De forma que
tras su muerte el laboratorio dejó de funcionar completamente. Hoy,
parte de su trabajo está expuesto en el Museo Nacional de Ciencia y
Tecnología de la FECYT, donde se pueden muchos de los equipos que
utilizaba en sus investigaciones.
Pero podríamos decir que la
inquietud científica de Mónico ha sobrevivido a los años gracias a sus
genes. Isabel cuenta que tanto ella como sus hermanos optaron por
estudiar carreras científicas (ella misma es física de formación), al
igual que sus hijos, los bisnietos de Mónico. Y todo gracias a un chaval
que decidió que no quería pasar su vida haciendo tejas porque lo suyo
era la electricidad.
Mónico Sánchez con su aparato portátil de rayos X. Foto: Electro Therapy Museum.
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